De locales e historias
(Notas escritas a bote pronto y desde la tristeza más profunda por mi profesión)
Flanqueado por un plantel de insignes historiadores, el presidente de la Comunidad de Madrid, don Ignacio González, nos hizo saber que los niños de Primaria de los colegios madrileños tendrían desde el próximo curso la inmensa suerte de estudiar más Historia de España y menos “localismos”.
Sin duda, si el insigne plantel le hubiera asesorado en su discurso, le habría comentado que, en Historia, cualquier historia local, por muy pequeño que sea su ámbito de estudio, puede ser universalista y que, por el contrario, las historias nacionales, según como se expliquen, pueden resultar tremendamente localistas. La historia de Madrid (comunidad o ciudad), de Pozuelo, de Vitigudino, o de Marbella, bien enseñadas, permiten mostrar a los niños mucho más de la historia de la humanidad que explicarle los ¿grandes? hechos y personajes que sustentan determinada forma de ver la historia de España, o de Europa, o de la parcela del globo terráqueo que quiera acotarse. La historia de una nación y la de una aldea no son incompatibles. Y estoy seguro de que eso no se lo ha dicho el insigne plantel de historiadores que le acompañaba porque ningún historiador medianamente serio que se precie considera que la historia de Cataluña, o del País Vasco, o de Madrid, sea una historia localista, y salvo un ataque viral de afasia historiográfica, me consta que algunos de esos historiadores cuentan con un prestigio que, imagino, no quieren tirar por tierra de un día para otro.
Sencillamente, la historia universal, la nacional, la regional o la local, guardan su sentido particular y, en su transmisión, debe establecerse con claridad a quién van dirigidas y qué les puede aportar para que aprendan a manejarse, como decía uno de los participantes en la rueda de prensa, “en un mundo globalizado”. Porque, tal vez, el sr. González olvida que los estudiantes de primaria tienen la edad que tienen y que, por tanto, son capaces de asimilar determinados conceptos y no otros, apoyados en una determinada metodología y no en otra. Una visita a una iglesia (o una mezquita, o una sinagoga), o a un castillo, o a un barrio de viviendas sociales o de lujo de su localidad puede servir para enseñarles más historia universal -o de España-, de las religiones, de la sociedad, o de la cultura, que varias horas de explicación en el aula sobre grandes fechas y episodios del pasado patrio. Claro que para eso hacen falta salidas del aula, y dinero, y profesores para poder llevarlas a cabo. Pero con ello entramos en otro –bueno, en realidad en el mismo- terreno…
Y aquí es donde surge realmente el problema; en discernir qué entiende el sr. González por la auténtica historia (¡qué miedo dan esas dos palabras juntas!) de España y por los localismos con los que al parecer se bombardea a los alumnos de Primaria. Las noticias de la prensa no nos explican mucho acerca de qué considera localismos el señor presidente, pero tal vez sí sobre cuál debe ser, para él, y entiendo que para su plantel de insignes historiadores, la auténtica historia de España.
Al parecer, se trata de instruir a nuestros niños sobre la “gran nación” y el “gran imperio” que hemos sido desde muy antiguo (“uno de los países más antiguos de Europa”), evidencia que al parecer desconocen groseramente porque no se les ha enseñado o, lo que es peor, se les ha ocultado o tergiversado. El hecho de que el sr. presidente introduzca el término “gran” junto a “nación” e “imperio”, ya nos transmite que no le interesa la historia sin adjetivos, sino solo aquella destinada a rememorar esa parte grandiosa del pasado que cualquiera con determinado interés puede articular, borrando los claroscuros que toda construcción política, ideológica y cultural tiene, incluida España. No se alcanza el puesto de “gran nación”, y menos de “gran imperio” si no es a costa de otros menos grandes. No hay un solo imperio en la historia que no haya arrastrado sus miserias en su expansión, por mucho que haya dejado igualmente a su paso –que no siempre ha sucedido- proyecciones culturales, sociales o ideológicas de vital importancia en el desarrollo de la humanidad. Señalar lo uno sin, cuando menos, apuntar lo otro, sí es un localismo ajeno al quehacer histórico; sí supone “presentar una realidad distinta de lo que fue”; sí permite “manipular a la gente”. Sin embargo, así no se consigue, pese a lo que opine el sr. González, “saber realmente quiénes somos, de dónde venimos y cuál ha sido nuestro pasado y nuestra evolución”, y el plantel de insignes historiadores debería habérselo recordado. Al parecer, ni siquiera se trata de reescribir la historia, como achaca a otros (¿?), sino de tachar las partes que no convienen; desde luego, supone una economía de esfuerzo. Quizás el plantel de insignes historiadores no está por la labor de trabajar más de lo estrictamente imprescindible.
Más curioso me resulta cómo casa esa visión de la historia de España con la idea de uno de los miembros del ilustre plantel, la académica y catedrática de Historia de las Ideas, Carmen Iglesias de que “la fragmentación de la historia” ha supuesto “una catástrofe y ha hecho que cada uno se crea el ombligo del mundo”. Lo que decía el sr. González sobre la “gran nación” y el “gran imperio”, suena mucho a ombliguismo y a fragmentación, pues olvida al “otro” y se centra, y mucho, en uno mismo, aunque se llame España, ignorando no solo la enorme diversidad que compone España, sino, en esa línea, la diversidad en la que España se inscribe. Si el modelo anterior ha supuesto “una catástrofe”, quizás debería preguntar qué parte de responsabilidad tiene uno de sus compañeros de mesa, el también catedrático de Historia Contemporánea, Fernando García de Cortázar, uno de los autores más conocidos en la elaboración de manuales de la asignatura obligatoria de Segundo de bachillerato dedicada a la Historia de España (sí, de España, no de Madrid o de Cataluña).
El profesor García de Cortázar afirmaba en esa rueda de prensa que la historia local impide la formación de ciudadanos, demostrando, si la referencia es correcta, una sorprendente ignorancia sobre qué es realmente la historia local y la capacidad que tiene para formar a los ciudadanos en valores humanos, por cuanto ofrece la imagen más cercana en la que apoyarse para saber apreciar esos valores. Sorprendente cuando menos en alguien a quien se supone un amplio conocimiento de la metodología científica aplicada al conocimiento y enseñanza de la historia –de todo tipo de historia- y que preside algo de nombre tan “localista” como la Fundación Dos de Mayo, vivo ejemplo de cómo un episodio de carácter local (el levantamiento -de parte- del pueblo de Madrid, no del de toda España, contra las tropas napoleónicas) puede emplearse como ejemplo de un proceso que desborda el mero “localismo”. Si otras comunidades imitan a Madrid, el número de fundaciones como la suya destinada a conmemorar fenómenos locales que sin duda pueden proyectarse sobre ámbitos más amplios podría crecer exponencialmente. Salvo, claro está, que considere que la historia de Madrid es historia de España y lo demás, “localismo”.
Y, por no alargarme, al final resulta que todo esto parece resumirse, en palabras de otro de los integrantes del ilustre plantel de profesores, el prof. Bullón, en que los niños madrileños salgan de Primaria habiendo adquirido conocimientos sobre "unos pocos hechos, acontecimientos y personajes" de la historia de España. ¿Todas estas alforjas para semejante viaje? ¿A esto se reduce la “auténtica historia” de nuestra “gran nación e imperio”? ¿Volverá la lista de los reyes godos? ¿Es este el modo de que nuestros hijos conozcan el auténtico pasado no adulterado de España? ¿Dónde los modelos sociales, dónde las influencias culturales que nos han hecho como somos, donde los grandes procesos políticos que ayuden a interpretar nuestro presente? Sinceramente, creo que, si efectivamente se trata de eso, lo que conseguiremos es que no solo no aprendan historia (sin autenticidades, solo historia a secas), o tan solo una serie de hechos y personas en todo caso simbólicos y difíciles de conectar en una mente de 11 o 12 años. Conseguiremos, sobre todo, que aborrezcan la historia y olviden de inmediato lo que han “aprendido”. Aunque quizás se trata de eso…
Fermín Miranda García
Profesor Titular de Historia Medieval
Universidad Autónoma de Madrid
PS: Vayan tomando nota: Ataulfo, Sigerico, Walia, Teodorico…Alfonso III, García I, Ordoño II…Fernando III, Alfonso X, Sancho IV…Juan II, Enrique IV, Isabel I…Alfonso XII, Alfonso XIII (vacío para la República), Franco y Juan Carlos I.
Los reyes de Aragón o Navarra y los emires y califas andalusíes no hace falta que se los aprendan, que son muy “localistas”.