lunes, 12 de enero de 2015

Cómo odiar de una vez la poesía

"Este año doy clase de Literatura Universal a dos grupos estupendos de 2º Bachillerato. Y sí, son estupendos, porque están llenos de curiosidad, de ganas de intervenir, de ideas que aportar. Algo que he comprobado en cada uno de los trabajos y exposiciones que les he propuesto, en las salidas que organizo con ellos al teatro o en los debates que intento fomentar sobre las películas o las series que les aconsejo ver.

Lamentablemente, todo ese potencial se ve convenientemente arruinado gracias a la omnipresente sombra de la Selectividad. Porque el objetivo de 2º Bachillerato no es aprender, ni madurar, ni ser autónomos… No, qué va, el objetivo es superar una prueba concreta de la que depende gran parte de su futuro. Como el sistema es tan eficaz para desaprovechar el talento de nuestros alumnos, gracias a la LOMCE imponemos esa misma válvula de (des)control en los cursos inferiores, de modo que en más de un nivel nuestras aulas se transformarán en una academia para salvar obstáculos. Pobres de los que no tengan recursos ni ayudas extra, porque con el aumento de las ratios y los continuos recortes es obvio que sus vallas les resultarán mucho más altas y, en más de un caso, imposibles de saltar.
Claro que esto podría no ser así. Podríamos diseñar un sistema que potenciase la autonomía y el pensamiento crítico, pero eso mejor lo dejamos en manos de los propios docentes, que acaban convertidos en una suerte de híbrido entre lo que quieren hacer y lo que deben hacer. No todos, por supuesto. Porque quienes estamos a pie de tiza sabemos que en las aulas tampoco vendría mal algo de autocrítica y de renovación, pues hay muchos compañeros de quienes podemos aprender otros modos de transmitir que poco o nada tienen que ver con la clase magistral y la corrección de inacabables listados de ejercicios.

De momento, en los próximos días y en lo que a mí me toca, poco de eso podré hacer con mis dos grupos de Literatura Universal. Porque tengo que conseguir que sepan analizar estrofa por estrofa dos odas de Keats y el Kubla Khan de Coleridge. No se trata de que aprecien su belleza, ni de que se emocionen con estos poemas, ni de que entiendan la esencia romántica. No, se trata de que sean capaces de contextualizarlos, resumirlos y destriparlos en un frío comentario de texto según el modelo -infame e indefendible- de Selectividad. Si alguno de esos alumnos consigue salvar este escollo y sigue amando la poesía a pesar de su fría disección en el aula, será, sin duda, un milagro. Lo más probable es que, tras esta semana de intenso y erudito análisis, asocien la poesía romántica con el sopor que se apoderaba de ellos cada vez que los nombres de estos dos poetas sonaban en el aula.


Y sí, claro que podemos hacer malabares y tratar de buscar el modo de conjugar la preparación de la prueba externa con algo mucho más motivador. Así que recurrimos a la imagen, a adaptaciones cinematográficas, a grabaciones, a planteamientos basados en la deconstrucción… Sí, recurrimos a todo eso y entonces nos damos cuenta de que no sirve de mucho, porque no hay tiempo material para ello -el temario oficial, inabarcable, manda- y debemos elegir entre esos métodos o ser pragmáticos y asegurar una buena nota de nuestros alumnos en Selectividad, a quienes -en mi materia- llevamos a trompicones desde la literatura mesopotámica hasta el mismísimo siglo XX. Casi nada… El equilibrio entre ambos extremos se hace a duras penas y, al final, hasta se consigue despertar un cierto interés, aunque esas sesiones de análisis guiado y comentario ortopédico se alejen, por completo, de lo que considero que debería ser una verdadera clase de estudio literario.

Hay muchas formas de abordar el estudio de la Literatura y, sobre todo, de despertar pasión lectora. Pero nada tienen que ver con el currículum. Y, mucho menos, con la reforma que nos viene. Pero aquí seguimos. Obcecados en el error, preparando pruebas externas -CDI, reválidas, Selectividad- y convirtiendo la creatividad en la eterna outsider de nuestras aulas. Así nos va.

Fernando J. López