La asociación Ciudadan@s por la Educación Pública manifiesta su preocupación ante el grave retroceso democrático que entrañan los últimos recortes en educación y hace un llamamiento a la sociedad civil para que no claudique.
3000 millones de euros menos de inversión en educación. Aumento ya insostenible del número de niñas y niños por aula (30 en primaria; 36 en secundaria obligatoria; más de 40 en bachillerato). Disminución del tiempo que los profesores podrán dedicar a cada una de sus clases, a cada uno de sus grupos, a cada uno de sus estudiantes. Bajas de quince días que no se cubrirán.
Sin embargo, como ciudadanas y ciudadanos comprometidos con la defensa de la educación pública, con la defensa y mejora de la educación a secas, nuestra preocupación se ha redoblado a la vista del aplomo con que el Ministro de Educación se ha apresurado a subrayar que estas medidas “no suponen un perjuicio directo, ni siquiera indirecto a la calidad de la enseñanza”.
Supongamos por un momento que no hay en estas palabras asomo de cinismo. Supongamos que el Ministro las dice de buena fe; que lejos de estar angustiado por unos recortes impuestos está convencido de que estas medidas no han de despertar resistencias en las comunidades autónomas “porque son de sentido común, porque no perjudican sustancialmente a la calidad de enseñanza”.
¿De qué calidad y de qué enseñanza está hablando el Ministro?
Solo un modelo transmisivo, distante, autoritario y frío de enseñanza puede permanecer inmune a estos cambios: una enseñanza que renuncia de antemano al encuentro interpersonal, al trabajo cooperativo, a la deliberación argumentada. Un modelo de enseñanza —que no de educación— que copia su liturgia de otras instituciones en las que no hay espacios para la investigación, la creatividad, la mirada crítica. En que no hay nada que innovar porque todo está dado de antemano.
Porque si de lo que se trata es de abrir abismos entre mesas y tarimas; si de lo que se trata es de que hable el maestro y escuchen los alumnos y no de que nuestras hijas e hijos puedan ser también escuchados y dialogar entre ellos; si de lo que se trata es de asumir un saber ya consagrado y no en construcción, un saber disciplinar y no transdisciplinar y globalizado; si de lo que se trata es de llenar cabezas sin necesidad de mirar a los ojos; de cabalgar velozmente por temarios interminables en la esperanza de que lo que el maestro enseña sea lo que los estudiantes aprenden; de acatar la palabra del Libro sin necesidad de manejar y contrastar otras fuentes; si de lo que se trata es de desfilar uniformemente al paso que otros nos dictan... ¿para qué distribuir en grupos de veinte si en el anfiteatro caben dos mil?
Es precisamente la despreocupación del Ministro, su indiferencia ante el efecto de los recortes anunciados, lo que nos hace temer que lo peor esté aún por venir: “Son medidas realistas y conmesuradas”; “son”, citamos textualmente, las medidas necesarias “para que en su momento se pueda desarrollar una reforma educativa”.
No queremos avanzar vertiginosamente hacia atrás. La educación de hace veinte, cuarenta, sesenta años, educaba para el mundo de entonces, pero ese no es ya nuestro mundo. El mundo
laboral de nuestro tiempo —y nuestra vida en común— necesita gente autónoma, creativa, capacitada para el trabajo en equipo.
Personas que no se limiten a ejecutar instrucciones ajenas, sino que sepan afrontar los problemas —que son siempre nuevos e inesperados— y que sepan hacerlo a través del diálogo con los demás. Necesitamos hombres y mujeres con preparación, sensibilidad e imaginación. Solo así contribuiremos a educar personas dispuestas a conformar una sociedad más libre, más justa, más solidaria, más compasiva que la actual.
Pero es que, además, una nueva brecha de injusticia social ha quedado abierta por la brutal subida de tasas universitarias recién anunciada lo que, sumado a la drástica reducción de becas, no asegura ya que en nuestras universidades se formen quienes deseen hacerlo y estén dispuestos a emprender esa etapa con dedicación y provecho, sino, sencillamente, quienes puedan pagarse esos estudios. Creíamos haber dejado atrás los tiempos en que el nivel de instrucción de una persona venía determinado por el contexto familiar de origen y, sin embargo, esas sombras empiezan a abrirse paso entre nosotros.
Por todo ello, como estudiantes de ayer y hoy, como docentes de los diferentes tramos educativos, como familias, como ciudadanía en general, hemos de asumir la responsabilidad que como sociedad civil nos corresponde. No renunciemos a innovar, a cuestionar, a debatir, a construir. Demos la espalda a unos estándares de evaluación que no son los nuestros. Reflexionemos acerca de qué le pedimos a una “buena educación” y trabajemos por ella. Está en juego la felicidad de las personas y la salud democrática de nuestro país.
No nos resignemos, no nos fracturemos, no claudiquemos.
Ciudadan@s por la Educación Pública
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