No pretendo ser ocurrente, ni irónico, ni tan siquiera recurrente, lo único que quiero es abrir una pequeña puerta para desahogarme de tanta congoja en la que vivimos en los últimos tiempos.
Vaya por delante que no comparto el que el Estado esté pagando a ninguna confesión religiosa, para que nadie piense que se trata de un ejercicio de distracción. Las religiones son algo que tienen que ver con el mundo de las creencias sobrenaturales (aunque afecten a los modelos de comportamiento sociales), y por lo tanto han de quedar en el ámbito de las relaciones más íntimas, por supuesto sin ninguna capacidad de imposición y nunca sostenidas por organización gubernamental alguna. Conocimiento y creencias son mundos paralelos, por mucho que se empeñen en hacernos creer que pueden tener algo en común.
La educación, es un instrumento imprescindible para el avance y desarrollo de las sociedades, en todos los sentidos. Nuestros hijos, y nosotros mismos, necesitamos de ese principio social del conocimiento como el aire que respiramos. Sin el, estamos abocados a la desigualdad y el retroceso. No podemos resignarnos a perder un solo milímetro en la construcción de una sociedad sabia. Sabia en conocimientos científicos. Sabia en los modos de relación con los semejantes. Sabia en el desarrollo de las actitudes y manifestaciones culturales. Sabia en el perfeccionamiento de las capacidades físicas. Sabia en nuestra capacidad para interactuar con nuestro medio. Necesitamos una sociedad inteligente: de otra forma, estamos abocados a la miseria.
Por eso, aunque hay muchas cosas que no entiendo, no entiendo cómo es posible que a nivel de todo tipo de administraciones se estén recortando en los presupuestos partidas que rondan el 30% de los presupuestos, que afectan a sanidad y educación y que parezca que nadie se haya planteado que, como mínimo, ese mismo porcentaje sea también reducido de los alrededor de 10.000 millones de euros que le entregamos al año a la iglesia. No es demagogia, no pretendo ni tan siquiera que los números sean los exactamente correctos. Dejo fuera las partidas destinadas a la función asistencial, presupuestariamente al margen de estos números.
Son cantidades inmorales, máxime en un tiempo de recortes. No me extraña que desde dentro surjan voces que reclaman el abandono de esta práctica de privilegios.
Antonio Perla
Profesor Asociado de Historia del Arte en la Uned
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