lunes, 16 de julio de 2012

'Antes de que sea tarde' de Gonzalo Moure

Todos los niños nacen iguales. Y el futuro de este país (y de este mundo) depende de cómo lleguen a ser mañana todos los niños de hoy. Malos tiempos, si hay que recordar obviedades como ésta. Pero hay que hacerlo, porque se está atacando desde el poder económico ese principio tan básico. 
Sin igualdad de oportunidades, el futuro será desigual y se basará en la desigualdad. Y por desgracia ese es el futuro posible en estos momentos, el peor de los futuros posibles, si no lo remediamos. Si queremos luchar para que no se llegue a producir, tenemos que empezar por pensar, por armarnos con argumentos, ideas y alternativas. Algo que no está sucediendo, o está sucediendo en los márgenes de la sociedad. 
¿Dónde están en un momento tan crucial los pensadores, los filósofos? Es lamentable que para defender los mismos conceptos de la enseñanza pública, ante la ausencia casi total de grandes líneas de pensamiento, tengamos que recurrir a los escritos de quienes durante dos siglos supieron que una 
buena enseñanza pública era la única forma de lograr que la sociedad fuera mejor y más justa. Es descorazonador que hoy, en medio de un estruendoso silencio intelectual, apenas se escuche la voz de los enseñantes, convirtiendo esta lucha en un problema puramente sindical a los ojos de la sociedad. 
No es un problema de despidos, aun siéndolo también: es un problema social que apunta al futuro, un problema de conformación del mundo que viene, y por el que tanto han luchado las anteriores generaciones. Hay que ir más allá, mucho más allá. Hay que implicar a toda la sociedad en la defensa de la base de la propia sociedad, que es la educación.
La enseñanza pública, tal como existe hoy en día (o como existía antes de que comenzara su desmantelamiento) apenas cuenta con 180 años de edad en los que ha sufrido parones, retrocesos y avances. En estos años, pese a los golpes y las zancadillas, siempre se han recuperado unas bases que 
habíamos llegado a creer inquebrantables: educación obligatoria, libre, gratuita, igual y no sexista. Si sería impensable regresar a una educación separada por sexos, y así creadora de roles vitales distintos, ¿cómo se puede siquiera pensar en estratificar la enseñanza, regresando no ya a décadas muy lejanas, sino incluso al siglo XIX?
Dejo a otros más sistemáticos y capacitados el balance de pérdidas exacto y el calendario de batallas. Pero básicamente sabemos (ya/aún) que, con la excusa de la falta de fondos para seguir alimentando las calderas de la banca, se ha diseñado y se está llevando a cabo un monstruoso desmontaje de la sociedad de la igualdad, y que dentro de ese plan el de la segregación en la enseñanza es seguramente la piedra angular. Una enseñanza pública empobrecida y de segunda categoría para los hijos de las víctimas de esta crisis creada por la banca, una enseñanza concertada con mejores medios y las subvenciones intactas, y una enseñanza privada para las élites. Para así formar ciudadanos de primera, de segunda, y de tercera. Se intente justificar como se intente, disminuir el número de maestros y profesores, aumentar el número de alumnos por aula, recortar el dinero necesario para el simple funcionamiento de los centros, y más aún para actividades complementarias, e incrementar el coste de los estudios en la universidad, no puede llegar a otro resultado que el descrito.
Nos encontramos, por tanto, ante un plan de consecuencias devastadoras, y tenemos que encontrar las ideas necesarias para impedir que se lleve a cabo. 
Los partidos políticos con responsabilidades de gobierno en las dos últimas décadas, o bien participan de este plan, o bien han cerrado los ojos ante lo que se cernía sobre la raíz de la enseñanza pública. Por tanto, han perdido legitimidad, o han caído en la complicidad, y no sirve de nada recurrir a ellos. No, 
no es una respuesta política lo que se necesita, y tampoco la respuesta puramente sindical va a cohesionar a la sociedad en esta dura batalla. No hay más respuesta posible que la de la misma sociedad. No podemos sentarnos a esperar una reacción intelectual que dé argumentos para esa respuesta, y hasta pongo en duda, por más desmoralizador que resulte hacerlo, que exista ya en este país una intelectualidad capaz de dar tal respuesta. Por tanto, no existe más camino que el que parte de la base, comenzando por asambleas de profesores, padres de alumnos y estudiantes, que reflexionen sobre la gravedad del proceso, y que vayan haciendo crecer una marea de respuesta inversa. Si no existe ya un estamento intelectual capaz de argumentar, hay que crear uno nuevo, buscando en la misma sociedad, entre padres y profesores, la aparición de una nueva corriente de pensamiento, capaz de crear una alternativa masiva. Pero una alternativa no de simple protesta y confrontación, sino creativa, imaginativa y proactiva, creando nuevas herramientas de defensa y crecimiento de la educación en la enseñanza pública. 
 
Resistirse a los recortes con imaginación y  colaboración, crear un ambiente reivindicativo positivo, y, entonces sí, llamar a todos los actores sociales a formar parte de ese mismo movimiento. Si fue posible un 15-M general, poco concreto, más fácil será crear un amplísimo movimiento en defensa, más allá aún, en fortalecimiento de la enseñanza pública. 
No se trata de conservar, sino de aprovechar esta catastrófica crisis para plantearse el nuevo reto de dar un paso adelante en la educación pública (que no gratuita, palabra que encierra una auténtica falacia). Enseñar a las nuevas generaciones a vivir en el siglo XXI implica reconocer que en gran 
medida la educación había quedado anticuada. Seguimos enseñando lo que ya sabemos, cuando los mejores sistemas del mundo desarrollado ya rondan con sus programas un cambio cualitativo: enseñar a los niños y jóvenes a preguntar a los adultos lo que aún no sabemos: investigar, buscar, avanzar 
desde la escuela en un modelo revolucionario que lleve a los estudiantes a interpretar el mundo que les rodea, que les permita analizarlo, desmenuzarlo, y por tanto a cuestionarlo. Y eso requiere tiempo y dedicación por parte de los profesores, un impulso en el esfuerzo que deben realizar los estudiantes 
y un apoyo de la sociedad, que, en definitiva, desea trazar las líneas del futuro. Y requiere hacerlo en equipo, en grupo, no solo individualmente, y hacerlo contando sobre todo con los más directamente interesados, los padres. Ese proceso empieza hoy, ayer, mañana: en una escuela pública en la que todos se sientan partícipes e iguales, sin saberse discriminados.¿Será posible? Depende de nosotros mismos. Antes de que sea tarde

Gonzalo Moure
Escritor y socio de Ciudadan@s por la Educación Pública.
YO ESTUDIÉ EN LA PÚBLICA - 




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