

Mucho tiempo después, hace alrededor de 10.000 años, los humanos fueron capaces de producir sistemáticamente alimentos, merced a la invención de la agricultura y de la ganadería. Por primera vez en la historia, se produjeron más alimentos de los necesarios y fue posible acumular los excedentes. Nacieron entonces las sociedades complejas y con ellas los primeros administradores del bien común, que pasaron a ocupar una posición destacada y a gozar de honores y privilegios. La riqueza se distribuyó de manera dispar y surgieron las castas y clases sociales. Y también apareció entonces una nueva actividad que continúa floreciente en nuestros días: el tráfico de carne humana para el trabajo, la guerra y el sexo.
Más allá de los extraordinarios cambios que han acontecido a lo largo de la historia de la Humanidad, hay algo que no ha cambiado en todo ese tiempo: no hay nada que nos podamos llevar de este mundo pero es mucho lo que podemos dejar en él. No somos otra cosa que eslabones de una larguísima cadena. Hemos recibido todo lo que tenemos de los que vivieron antes de nosotros y nuestra misión es transmitir ese patrimonio, incrementado, a los que vienen detrás. No somos los dueños de la Tierra, sino que la recibimos de nuestros padres y la tenemos en usufructo para pasársela a nuestros hijos. Como los componentes de un equipo de relevos, tenemos la misión de llevar el testigo de nuestros padres hasta nuestros hijos. La deuda de gratitud que hemos contraído con nuestros Mayores debe ser pagada, con intereses, con los siguientes.
Es el conocimiento acumulado durante cientos de generaciones el testigo que pasamos de una generación a otra. Asegurarse de que esa transmisión se realice de la mejor manera posible se encuentra entre las más graves responsabilidades de cada generación. El conocimiento no es patrimonio de unos pocos y debemos asegurarnos que llegue a todos, porque es el mejor instrumento para asegurar la igualdad y la libertad de las personas. Por ello, conseguir y garantizar la mejor educación pública posible debe estar entre las primeras preocupaciones de los administradores del bien común.

Siempre he sentido un gran respeto por las personas que llevan sobre sus hombros la importantísima tarea de dirigir la enseñanza pública y pensaba que les resultaría muy difícil conciliar el sueño si cada noche no estaban convencidos de haber hecho todo lo posible para asegurar que la mejor educación posible esté al alcance de todos. Pero últimamente, a la vista del maltrato que la enseñanza pública está recibiendo de sus principales responsables, empiezo a pensar que quizá no tengan el sueño tan ligero como yo pensaba.
De lo que no me cabe ninguna duda es de la dedicación y la profesionalidad de mis compañeras y compañeros docentes de todos los niveles, cuyo esfuerzo y vocación están constituyendo el parapeto que defiende a esa anciana y hermosa dama que llamamos Enseñanza. Para ellos y ellas, con mi respeto y admiración, un beso y un abrazo.
Extraído del Huffintong post
Ignacio Martínez MendizábalProfesor titular de Paleontología, Universidad de Alcalá, e investigador, Atapuerca
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